El color de las palabras.
Cuando comencé este proceso junto a la maestra y mis compañeros, me encontraba lleno de expectativas y con muchas ansias de continuar mi experimentación en este mundo del color y las fibras naturales que me había conmovido tanto. Y a su vez ver cómo la historia de la poesía y de las grandes poetas colombianas del siglo XX podían aparecer en el trabajo pictórico al que nos íbamos a dedicar.
Primera parte: Pintando el jardín
En un principio empecé a recoger y trabajar a partir de las plantas a mi alrededor, plantas en mi jardín y barrio. Me iba sólo o junto a mi familia y dábamos un “paseo” y recogía aquella parte de los cerezos, el sauco, el sauce llorón, la dalia o el fique que necesitara. Luego seguía a teñir la lana de oveja con estos mismos pigmentos; la lana la obtenía de Tausa, Cundinamarca, en donde, la señor Helena me la proveía y a su vez me enseñaba acerca de técnicas textiles como el hilado. De modo que seguí tiñendo, en un principio con ninguna meta en específico, sólo quería estar en relación con la materia y el color.
De igual manera, retomé el escribir, escribir acerca de mis procesos, escribir tipos de relatos poéticos que surgían en mis paseos o en medio de la contemplación o la labor; escribí acerca de los cabellos dorados del sauce llorón y también acerca del amargo olor del fique, escribí algo de cada uno de estos seres con los que me empezaba a relacionar de una manera peculiar. También llegaba a la poesía de Blanca Isaza nombrando el jardín o las labores manuales y simplemente me quedaba en ella un buen rato y me percataba de los diferentes puntos de encuentro que podíamos tener nosotros en nuestros procesos de pintura con ella y lxs demás poetas en su mismo trabajo de escritura; como en ambos había trazos, ritmos, alusiones y apariciones de la naturaleza tanto en la poesía como en la pintura.
En cuanto a los seres de la naturaleza con los cuales me estaba relacionando fui descubriendo muchas cosas durante el camino. Empecé a dialogar y a convivir con una nueva mirada hacia ellos, la mirada de una amiga. Siendo consciente de que las plantas, las flores, las raíces y todos los demás seres a su alrededor son cruciales y que debía tratarles como un semejante a mí; de modo que, si ellas me permitían tomar parte de sí mismas para sacar mis pigmentos o fibras, yo también tenía que devolverles a ellas algo como parte de agradecimiento. Ellas eran a su vez mis maestras.

Sus enseñanzas no eran sólo personales, también aprendí que son unas maestras del color, la materia y la composición. Empecé a trabajar primeramente con los tintes y el teñido; el proceso siempre era inesperado, porque por más de que uno buscara un color en específico, realmente no conocía el color iba a obtener, ellas mismas, las plantas, son las que deciden que me brindan. Podía encontrarme con amarillos de diferentes tonos en las dalias, el sauce llorón o el eucalipto; cada uno muy diferente del otro, cada uno con un olor específico y una forma de conseguirlo particular. Porque, por ejemplo, para obtener los colores del eucalipto o del sauce tenía que hervirlos y dejarlos reposar unas horas para obtener bien todo el pigmento, pero en cambio la dalia, la tenía que dejar en agua fría durante unos días, para que poco a poco ella misma fueran tiñendo el agua de un color que aparenta como naranja-rojo, pero que realmente el amarillo.

Asombros que no sólo quedaron en los amarillos, sino también los rosados y morados que me ofrecían el cerezo, el sauco y la remolacha. Con ellas el proceso cambiaba nuevamente e incluso era mucho más incierto. Porque las vallas tenían que machacarlas primeramente y luego ahí si hervirlas para sacar el tinte; pero a pesar de que el agua quedaba super teñida y con el fuerte y saturado color, al ponerlo sobre la lana este cambiaba radicalmente, se volvía más pálido y tenue, se enrosaba. Lo que, en un principio, antes de entender como realmente funciona la naturaleza en sí misma, me ponía un poco exaltado y confundido.

El color en el agua y el color en la lana son cosas muy distintas, cada una es una materia muy diferente y llegar a entenderlas me costó en un principio, pero poco a poco fui dejándome fluir en ambas y logré comprender, que, en mi caso, siento que soy un mediador entre ambos, medio la manera el cómo el color es recibido por la lana, ese es mi primer trabajo. Porque después sigue el componer con ella, el usarla como materia en sí misma.
Segunda parte: Hilando colores.
Pasé mucho tiempo tiñendo y obteniendo colores; que una semana esta flor, que la otra semana esta valla, seguía y seguía. Hasta que llegué a un punto donde no sabía que hacer con todos estos colores que tenía en mis manos, así que me propuse a jugar, a ponerla sobre la mesa y voltearla o superponerla, para mirar si podía componer pintura con ella. Las texturas y las brumas daban muy buenos resultados visuales y también podía ser consciente de como los olores y el tacto me permitían entrar aún más en estas composiciones que iba creando, pero a pesar de todo eso, aún sentía que me faltaba algo.
Fue entonces cuando empecé a trabajar bajo la intuición, lo que me llevó a irme para Tausa, Cundinamarca, tierra de mi abuelo paterno. Un lugar basto de naturaleza y lastimosamente hoy en día, escaso de tradición. Sin embargo, allí siempre ha vivido desde que tengo memoria la señora Helena, una hilandera. Hilar, un oficio que me había llamado la atención desde hace muchos años, pero que nunca me había atrevido realmente a mirar más allá de él. Fue así como durante un tiempo, me escapaba algunos días e iba donde la señora Helena a que me enseñase cómo podía hilar la lana que tenía, cómo podía crear hilos de colores que luego podía utilizar para, bordar o tejer y dar así vida a estructuras un poco más aterrizadas de las ideas que ya tenía en mente.
Fueron bastantes semanas en las que aprendí a limpiar el vellón, prepararlo, hilarlo y torcerlo para obtener así un hilo, que podía estar conformado por dos cabos de un mismo color, o de diferentes y así, lo que me permitía generar diversos tonos de un mismo color. Fue todo un proceso de entender cómo podía trabajar el color a partir del hilo, para luego si lo tejía, ser más consciente de cuál iba a ser su papel en la composición. Allí fue cuando sentí que ya había alcanzado algo más allá de sólo preparar mis pigmentos y colores.
Tercera parte.
Oro color dorado

Nos acercamos,
le intentaré
no hacer daño
A la distancia
parece suave y solitario,
con una rama
de medio lado
Con su cabellos
dorados que recaen
sobre el pasto
No quiero hacerle daño,
me digo nuevamente,
no quiero que su mito
se haga realidad
Sólo déjame tomar
un poco,
un poco de este manto
tan sonado.
Olor Fernando

Este amargo olor a fique
me impregna la conciencia
me llega y me lleva
a encontrarte
en lo más profundo
de mis recuerdos
a ti, Fernando

Baja la rama un poco más

Tras la valla
a la distancia
tres árboles llaman,
un susurro que acontece
una visita inesperada.
Aquellos nos siguen el juego,
como niños,
como niños que están a punto de
cenar su platillo favorito
Un guiño de invitación
una sonrisa de aceptación,
quince minutos de encuentro,
encuentro con el pasado.
Veraniega

Vieja en la vieja casa
que cubierta del verano está
Donde vestida entre sábanas,
aquella viuda
con pandereta en mano
y tambor colgado
me invita,
Me invita a seguir su sinfonía,
sus ritmos impregnados de folclor…
Aunque, quizás mi rebeldía no lo entendía,
quizás era muy tarde,
¿Acaso habré olvidado tu acento a calor?
Fluye

Dejarte ser
como a mí se me negó,
dejarte fluir
tal cual rio rebelde
que no tiene fin
Así como el pasto
verde fue aquella
tarde de octubre
o rojas nuestras
manos cuando
bajo tierra
escarbábamos suavemente
Dejarte ser,
dejarte fluir suavemente
a través de mi mente y mi espíritu,
dejarte darme color a mis palabras.

Durante la última etapa del semestre empecé a desarrollar un trabajo a partir de dos plantas en específico de mi jardín: El fique y la Dalia. Trabajo que nació de los apuntes de Goethe hacia las nueves y de Humboldt en su búsqueda de adentrarse en la naturaleza.
Tanto el Fique como la Dalia empezaron a tener tal relevancia para mi dentro de mi jardín, que fue entonces que decidí realizar una especie de diario entorno a estos seres que cada día no dejaban de maravillarme.
A su vez acompañe al diario de un pequeño tejido realizado a partir de las lanas que fueron teñidas con estas mismas plantas; hilos de lana que nacieron de la enseñanza de Helena, quién me enseño el arte del hilar y que después pude incorporar, junto a otros hilos acrílicos, a un pequeño telar casero, que me permitió dar vida a un tejido pictórico que reflejaba algunas de las sensaciones descritas en el diario.

Diario de Jardín
Fique

El fique, nacido de la planta madre ubicada en Tausa, Cundinamarca, lugar de mis más íntimos momentos y deseos, lugar de tradición y familia, lugar que me ha heredado todo conocimiento de quién soy hoy.

Me di cuenta como cubrías al sauco, al cerezo y al chicalá. Veo que siempre andas protegiendo a aquellos mozos en tu regazo.

A alguien le gusta ser guardián en el día y hogar en la noche.

Fuerte y lista, dando paso únicamente al soplo del viento y aquellos pequeños que andan corriendo.

Esta vez al verte nuevamente me cuestiono, sí realmente eres fuerte y tosco o si en cambio eres más bien el más silencioso y delicado de aquí los presentes.

Quizás sienta que debas ser aquel en el cuál forje las bases de mi entendimiento.

Me traes verdes, me traes amarillos cafés y negros. Me traes nostalgia, pasión e incluso furor.